Al principio, no me había fijado. Pero allí estaba, gritando su historia a quien quisiera fijarse. Un cubo de fregona en medio de un portal cualquiera de Madrid. El dueño, había salido a tomar un café. Al volver, fue tan amable de apartar el cubo, para que la foto quedara “bonita de verdad”.
El sol, marcando su espacio,
con precisión angular sobre la sombra.
Dentro del mundo, sólo estaba él.
Y esa pausa que decidió tomarse.
La vida entera cabía en un cubo,
donde cada mañana enjuagaba sonrisas retozonas.
Y el polvo del plumero,
le coronaba como a los santos.
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